Cuando era niño
mi abuelo me regalaba
sus costumbres de labriego,
la paz musgosa del invierno
y un volantín para septiembre.
Me enseñó
a hallar sonrisas
entre la gente triste
a cantar con los queltehues
un himno a la madrugada;
a correr
por los caminos sin huella
y trepar los columpios
del sauce en el estero.
Mi abuelo me regalaba
solamente
cosas buenas.